
De buen novato es equivocarse a la primera y no queríamos ceder a la tradición. Nos colamos en la primera entrada, hasta que divisamos aquel “STOP” doblado y del cual colgaba un trozo de tela anudado. Esa era la señal de la entrada a la Dehesa Milagro.
Entonces despacio, a cámara lenta, comienza a invadirnos la curiosidad, mirando a todos lados. También el suelo nos obligaba a ralentizar la marcha, aunque parece que dentro de poco la Yeguada contará con un camino asfaltado desde la rotonda de salida del pueblo.
José Hormaeche es un hombre siempre atareado. Móvil en ristre se acerca hasta la entrada, sobre la que se proyecta ya unas cuantas naves de distintos usos, para darnos la bienvenida. Tiene las facciones marcadas y el pelo alborotado. Viste de campo y conduce un Wrangler sin puerta de conductor (después me aclaró que la abre y cierra tantísimas veces al día que decicidió quitarla). Al principio tiene acento vasco, pero de las innumerables llamadas que recibe, contesta casi la mitad en un exquisito inglés. Se nota su estancia en Inglaterra y que su mujer en inglesa.
José nos indica por gestos, mientras conduce con una mano y en la otra lleva el móvil, que volvamos al coche para empezar el camino que nos dirige al cogollo de la finca.
Por el camino, nada más empezar, ya se ve casi terminado a la derecha el “Stallion Barn” donde duermen Delfos, Leadership, Fruhlingssturm y el recela. Al otro lado del camino, cuatro paddocks perfectamente delimitados y cuidados, para el pasteo de estos.
Veo a Carlos disparar con la cámara a los terneros que hay dentro. “Son para igualar el terreno, le digo”.

La ruta nos lleva a otro recinto, el de cubriciones. Se encuentra estratégicamente situado entre los “barn” de los sementales y las yeguas, a medio camino y sin posibilidad de que puedan verse, de tal manera que el semental entra por una puerta y por el lado opuesto entra la yegua. Los cierran, se hace la cubrición y cada uno para su establo por su respectiva puerta.

Como curiosidad, destacar “el hueco” cavado para ayudar a saltar a los sementales “chicos”, de tal manera que la yegua apoya las patas en el hueco y así el semental llega mejor a la hora de ponerse encima.



Para terminar, las instalaciones “antiguas”, que se usaron como aposento de los sementales, y que parece está destinado a albergar a los yearlings que no están en los prados.
De nuevo a pie, algo que agradece cualquier viajante, empezamos a ejercitar las piernas por los establos de las yeguas de cría. Algunas conocidas y muchas nuevas para nuestro turf, pero eso sí, todas con un precioso foal a pie. Destacan los Keltos, aunque parece pronto, obviamente.

Atravesando literalmente este establo fuimos a parar a los primeros paddocks ocupados por madres y recién nacidos. Como los humanos, los hay más o menos agraciados, nada importante para su función principal que es galopar, pero el que sale atractivo es endemoniadamente guapo.
Divisamos una Limpid; ¡sí señora, es usted una Doña Limpid!. Y más, y más madres.
Y más preguntas, y más preguntas, y más paciencia de José. Carlos y yo le acribillábamos a preguntas y José respondía con plena naturalidad. Desgraciadamente el planning fallaba y al final el viaje no iba a continuar a Marsella (donde la yegua de Álvaro ganaría al día siguiente).



Últimas instrucciones al equipo que trabaja en Milagro. El Jefe pasa revista sobre el trabajo de la mañana y hace un recordatorio sobre lo que tocará hacer por la tarde.
Ya en silencio se podía escuchar el retorcer de nuestros estómagos. José no sabe dónde vamos a ir a comer y veo que observa las tripas de los tres que demuestran que somos de buen comer. Reserva al canto en el Bornax, vuelta al coche y el camino despejado para llegar al restaurante.
¡Me gusta tu caballo esta tarde!. Negralejo, propiedad de Hormaeche, volvía a pista tras su victoria en Tarbes. No hay tiempo para la sobremesa. Los minutos de vuelta entre el restaurante y la finca sirven para convertirnos en improvisados oyentes de la actuación del hijo de Limpid, pues a través del móvil su padre le va radiando la carrera. “asíq ue va tirando, eh?” espeta José a su padre. Lo dije en el coche, y lo hago público. Ni una mueca en el rostro de José durante la retransmisión, sólo su acelerado respirar hace intuir la adrenalina del momento. Nos callamos todos en el coche, Álvaro baja la radio y seguimos callados mientras el coche atraviesa el pueblo… Un segundo puesto y tela para el bolsillo. No hay duda, cogeremos la tarde con fuerza.
De vuelta, de nuevo el Jeep. Los viejos hacen de guía, como un canter por la mañana. Los jóvenes optamos por desplantar el culo del asiento y convertirnos en pseudos-turistas en pleno Taj Mahal. En pie, Carlos el fotógrafo mochilero y yo, cual estudiante, libreta y bolígrafo para tomar los apuntes. Si dificil es disparar con un teleobjetivo en marcha, de pie en la parte de atrás del todoterreno, más dificil parece escribir en una libreta. Antes de salir de marcha, un par de refrigerios nos acompañarán. ¿Presagio?
De nuevo el linde del Ebro, y más de algún comentario jocoso por lo estrecho del camino y la posibilidad de acabar en el río.
De vuelta, de nuevo el Jeep. Los viejos hacen de guía, como un canter por la mañana. Los jóvenes optamos por desplantar el culo del asiento y convertirnos en pseudos-turistas en pleno Taj Mahal. En pie, Carlos el fotógrafo mochilero y yo, cual estudiante, libreta y bolígrafo para tomar los apuntes. Si dificil es disparar con un teleobjetivo en marcha, de pie en la parte de atrás del todoterreno, más dificil parece escribir en una libreta. Antes de salir de marcha, un par de refrigerios nos acompañarán. ¿Presagio?
De nuevo el linde del Ebro, y más de algún comentario jocoso por lo estrecho del camino y la posibilidad de acabar en el río.


Es hora de hacer ejercicio, pie a tierra en los cuatro prados donde se encuentran los yearlings. Ahora de cerca, agudizamos la vista y la cámara empieza a echar humo. Una página, dos páginas y tres páginas. Los apuntes a vuela pluma resultan más laboriosos de lo que pensaba, cuando no es por mantener el equilibrio es por quitarse de en medio a los curiosos potros. A veces hay que perseguirlos para identificar al posado. Y eso que Álvaro se convirtió en primer mozo de lujo. Además de su preguntas, desgastó palabras como ¡quita!, ¡ven aquí!, ¡vamos!. Cuando consigues cuadrar al yearling y estas dispuesto a hacer la foto, aparece otro compañero de pasto que juega a mordisquear la cámara. José los cuadra de una forma exquisita, empujandolos del pecho hacia atrás y susurrándoles: “un paso para atrás, cuádrate, así bonito, quieto”
El segundo lote de machos parece destacar sobre el primero, y el primero de las hembras sobre el segundo, aunque hablar tan pronto tendrá sus consecuencias. Al fin y al cabo estamos hablando de una camada de unas 50 cabezas.




Delfos se comportó como un noble. Carita arriba, ojeando el horizonte, parece tener el control de todo. Unas cuantas caricias sirvieron para que guardara las formas. Parecía concentrado en todo lo que hacía. Aún conserva algo de aquel físico de competición que le llevó a triunfar en las pistas parisinas.

¿Tendremos Fruhlis en pista?. Al recela quisimos homenajear, pero las distancias cortas no deben ser lo suyo, y dio la espantada a punto de flash.


Antes de acabar , pasamos por la casa donde vive José, la Dehesa de San Juan. Es una casa de construcción antigua y amplia que se encuentra a la entrada de la finca. Nada más entrar, se podía percibir el fresco que retenía. En el salón, una tele plana con Equidia y Racing Uk. José se confiesa adicto a los sandwiches de jamón y queso para comer y a un colacao “con diez o veinte galletas” desmenuzadas dentro para cenar cuando no está su mujer, que reside habitualmente en Inglaterra.
La vuelta nos llama, y volveríamos a estar pendientes del mapa, pero la experiencia nos llenó por completo, y no me refiero al estómago.
José, gracias. Y también a mis acompañantes, mejor dicho, gracias por dejarme acompañaros.